lunes, 4 de mayo de 2009

Una tarde en el Circo...Máximo.




Nada más que Nerón fue proclamado con 16 años emperador se produjeron disturbios en Roma protagonizados por el populacho, digamos que a la gente no le gustaba mucho el emperador y aparte había una crisis económica galopante y ya no aguantaban más. De hecho el Imperio estaba en el límite, como alguna vez más estuvo.
En medio del jaleo se ve corriendo a un Almirante de la flota romana que se dirige a la casa del primer tribuno para consultarle sobre la siguiente cuestión:
El almirante tiene a la flota amarrada en Egipto esperando, quiere saber si carga las naves de grano para alimentar a la gente hambrienta o las carga de arena especial para el Circo, el Tribuno contesta lo siguiente "La situación está fuera de control, el emperador es un lunático, el ejército está a punto de amotinarse y la gente se muere de hambre. ¡Por todos los dioses, que traigan la arena! ¡Tenemos que borrar de sus mentes todos los problemas!. Dicho y hecho, días después se anunciaban dos semanas seguidas de juegos gratuitos en el Circo Máximo, y como plato fuerte las carreras de cuadrigas, jamás se vieron hasta la fecha juegos iguales.

Con esta introducción creo que no hace explicar nada más de lo que significaba para Roma y su gente los Ludi Circenses. Era una válvula de escape más que necesaria para el pueblo y no podían faltar para el buen gobierno de Roma.

El Circo Máximo era el anfiteatro más antiguo de Roma y se diseño especialmente para las carreras de cuadrigas, en su máximo esplendor podía dar cabida a 350.000 espectadores, media 550 metros de largo por 150 metros de ancho con la forma de una larga U. En la parte abierta de la U estaban los compartimentos para las cuadrigas, justo en el centro se encontraba la spina, que era un muro largo que las cuadrigas debían de rodear siete veces hasta batir una distancia de casi nueve kilómetros. En el centro de la spina había un obelisco traído de Egipto coronado por una bola de oro y era el objeto más llamativo, este obelisco es el que está hoy en día en la Plaza de San Pedro de Roma
También existían los cuentavueltas, a ver si os suenan de Quo Vadis, en un extremo de la spina había dos columnas cada una coronada por un travesaño de mármol. En uno de estos travesaños había una fila de huevos, también de mármol y en el otro había unos delfines. Los huevos eran símbolos de Castor y Polux, santos patrones de Roma, y los delfines estaban consagrados a Neptuno, patrón de los caballos. Cada vez que las cuadrigas daban una vuelta quitaban un huevo y un delfín, así al gente sabía lo que quedaba de carrera.

Las carreras en si y todo lo que rodeaba a las mismas era lo más parecido a lo que hoy es el fútbol. El cotarro lo dirigían cuatro grandes compañías o corporaciones que tenían más poder que el mismo emperador, con las centrales al lado del Circo en Roma y sucursales hasta en las provincias más lejanas. Se movían millones de sestercios anualmente. Cada una de estas compañías tenían sus propios criaderos de caballos, también transporte propio para trasladar a equinos y cuadrigas de una ciudad a otra y como no, sus propios ojeadores, tanto de aurigas como de cuadras.
Para que una carrera pudiese tener lugar había mucho movimiento de gente, entre los cuales podemos encontrar los siguientes puestos:
-Medici: los médicos, con más trabajo que los médicos de fútbol actuales.
-Aurigatores: ayudantes de los aurigas.
-Procuratores dromi: las personas que alisaban la arena antes de las carreras y vigilaban que la pista estaba limpia de cualquier cosa, como los actuales cuidadores de césped.
-Conditores: se encargaban de engrasas las ruedas de los carros.
-Moratores: los que enganchaban los caballos.
-Sparsores: limpiaban los caballos.
-Erectores: Los que bajaban los huevos y los delfines, como ahora los que manejan los marcadores electrónicos, que con seguridad harían alguna pirula como ahora.
También había un grupo de gente que lo único que hacía era hablar y animar a los caballos mientras eran conducidos a los puestos de salida, increíble pero cierto.

Las cuatro grandes corporaciones que antes he mencionado eran conocidas como la Roja (factio rossata), la Blanca (factio albata) estas dos existían en la República, en el siglo I con el Imperio se crearon otras dos, la Verde (factio prasina) y la Azul (factio veneto). Eran los equipos que siempre corrían en las carreras y por las cuales los aficionados tomaban parte. Cuando digo que era lo más parecido al fútbol es que lo era. La afición a las carreras de cuadrigas era una auténtica locura, como hoy el fútbol, esta locura era conocida como hippomania.
La afición a estos colores se llevaban hasta las últimas consecuencias, con frecuencia había mamoneos en las carreras y con los jueces (como hoy con los arbitrajes) y al aficionado le sentaba bastante mal que su auriga perdiera por una decisión errónea y encima premeditada, ya que el juez de turno pudiera ser que fuera seguidor de algún equipo contrario. Entonces se montaba la mundial y mas sabiendo lo que a los romanos le gustaba la sangre en general. En varias de estas trifulcas hubo cientos de muertos y tuvo que intervenir el mismo ejército.
Voy a poner un ejemplo de compra de carreras que seguro que se dio. El auriga que mejor lo tenía era el que salia con el número I (esto se hacía por sorteo), que era el que directamente tomaba la spina desde el puesto de salida, es decir, era el que más corría pegado a la pared del centro y el que menos distancia recorría, los demás tenían que servirse de empujones y malas artes para intentar coger la parte interior, de hecho muchas carreras se quedaban en este punto ya que se convertían en un amasijo de carros, caballos y personas. Incluso hubo que hacerse una puerta justo debajo de la tribuna para retirar los restos de algún carro accidentado para que a la siguiente vuelta de las demás que quedaban no se vieran obligadas a hacer extraños.
Para solucionar este problema se puso una cuerda blanca, llamada la Alba Linea, que iba desde la spina hasta la tribuna y colocada varios metros después de la linea de salida. Esta cuerda podía hacer tirar un tiro de caballos al galope si al auriga no los frenaba a tiempo. Si el juez veía que la salida había sido limpia bajaba la cuerda y si había follón la dejaba donde estaba. Ahora imaginad, que cuesta poco, a este juez comprado por el equipo Verde para que en el caso de que el auriga azul se pusiera primero en la salida no dejara caer la cuerda, aunque la salida fuese limpia.
En las carreras se ganaban y perdían altísimas sumas de dinero todas ellas condicionadas por los grandes apostadores, que decantaban los resultados a uno u otro lugar comprando jueces, aurigas, y lanzando falsos rumores entorno a la carrera.

Todo lo anteriormente citado no tiene razón de ser cuando el que conduce la cuadriga se llama Diocles ¿Sabéis de donde era? pues si, Hispano y para más señas de Emerita Augusta, extremeño el. Los aurigas eran venerados como auténticos ídolos de masas, la mayoría eran esclavos aunque también había, pocos, hombres libres que querían hacer fortuna en estas carreras suicidas, pero muy pocos lo conseguían, la inmensa mayoría moría en la arena y más bien jóvenes, no pasaban de la treintena. A muchos de ellos les hicieron estatuas que aún hoy perduran.
Sin embargo Diocles era la excepción, se retiró con 42 años habiendo ganado 35 millones de sestercios que no está nada mal para un esclavo, participado en más de 4.000 carreras y alzándose con la palma del triunfo en más de 1.500. Ficho por las cuatro facciones existentes, enseguida ganó dinero suficiente para comprar su libertad, compró su propio carro, compraba y entrenaba a caballos que luego vendía para carreras lo que le daba aún más dinero, un deportista con unas miras de negocio ilimitadas. Por supuesto se codeaba con lo más selecto de la sociedad y pasaron por su alcoba la más altas damas romanas.
Era famoso por no arriesgar nada en las salidas para tomar la parte de dentro y justo en la última vuelta quitarles las pegatinas a los demás carros en unos adelantamientos brutales, quizás por esto llego a viejo. También era conocido por ganar apuestas que rozaban la locura, ganó 40.000 sestercios por correr con un tiro de seis caballos y otra vez 50.000 por correr con siete caballos, estas son dificilisimas ya que girar la spina con seis y siete caballos era casi imposible, y ya era complicado con cuatro. También ganó 30.000 por ganar una carrera sin utilizar el látigo ni una sola vez. Incluso llegó a escribir sus memorias, a través de un negro, por eso se sabe tanto de el.

Sin duda una parte muy importante de las carreras, aparte de la pericia del conductor de turno eran los caballos, un buen pura sangre costaba más que cientos de esclavos, el caballo que pasaba de cien carreras ganadas era denominado centenario, Diocles tuvo nueve, todos entrenados por el, tuvo uno llamado Passerinus que ganó más de doscientas y era venerado como un dios.
El mejor caballo de todo el tiro se colocaba a la izquierda, iba suelto y lo controlaba directamente el auriga, este con solo ponerle el látigo en la cruz le decía cuando tenía que girar y pivotaba en la spina, el segundo mejor tampoco iba uncido y era el que tiraba del carro al girar en una maniobra muy complicada para caballos y auriga, los otros dos restantes iban en la misma yunta.

Ni que decir tiene que las carreras eran muy violentas ya que los carros eran más bien débiles de construcción y al mínimo roce con otra cuadriga o la pared se convertía todo en un amasijo de carne, arena y madera. Los aurigas sabían las mil perrerías para cerrar al rival de turno, para estrellarle contra la spina, para sacar con el carro propio la rueda del rival, etc...
Las carreras eran una pasión sangrienta y como muestra un botón. Hacia el 170 a.c. se corrían una al día durante lo que durasen los juegos, en la época de Cristo pasaron a ser doce diarias, cuarenta años después pasaron a ser veinticuatro. Se formaron dos nuevos equipos y corrían seis equipos. A partir de aquí la gente sólo quería ver sangre y hasta doce o incluso dieciséis cuadrigas se podían ver en la arena, vamos, el no va más de choques y muertos. Lo que empezó siendo un desfile en honor al dios Conso, acabó siendo un baño de sangre en toda regla.




7 comentarios:

  1. Mu bien Sr. Takeda. Muy interesante y ameno, como siempre.

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  2. Pues si, debía de ser un espectáculo digno de ver. Ahora imagina al Lobatus de turno de comentarista.

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  3. Muy guapo el artículo. El amigo Diocles era entonces el Fernando Alonso de la época. Y nos creemos que amansar a las fieras con el futbol es una genial ocurrencia actual...

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  4. Muy bueno, una vez más.
    Me ha encantado la primera parte con lo del trigo y la arena para el circo. Supongo que hay cosas que no cambian con el paso del tiempo. A veces es sorprendente darte cuenta de lo poco que cambia la humanidad, la tecnología progresa, pero nosotros seguimos siendo igual que siempre (aunque con más comodidades).

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  5. Somos exactamente iguales, no hemos cambiado absolutamente nada, bueno, en que ahora estamos bastante más apollardados debido a las comodidades.

    Troll, más que Alonsito del que soy fan, diría que era el Schummi, al César lo que es del César.

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